Nosotros/as, ecologistas (¿Se pueden salvar las distancias entre Equo e IU?)

David Hernández Castro
[23/05/2014] El 21 de mayo, a sólo cuatro días de la apertura de los colegios electorales, El Huffington Post publicó una entrevista a Florent Marcellesi, candidato de Equo a las elecciones europeas y número dos de la lista de Primavera Europea. Hay varios elementos interesantes en estas declaraciones, como la apuesta por la «nueva economía verde, sostenible y social» o la defensa de la reducción de la jornada de trabajo, pero todos ellos, lamentablemente, quedan ensombrecidos por la desafortunada fijación que el candidato parece tener con IU, a la que dedica una parte considerable de su entrevista, llegando a sostener que «IU ha jugado desde hace muchos años a fagocitar lo verde», y lo que es mucho más grave: «Se ponen el nombre, pero no quieren ningún ecologista dentro del partido». Además, acusa a IU de haber «puesto a dedo» a sus candidatos y de otras lindezas que preferimos no reproducir. Mi intención aquí no es responder a las declaraciones de Florent Marcellesi, sino abrir un debate entre las personas que considerándose ecologistas militan en diferentes opciones políticas y no se identifican con estas palabras. También a las que les rechinan los dientes cuando se habla en un tono similar de Equo. No se trata de polemizar, sino de preguntarnos por qué esta clase de polémicas sigue siendo utilizada por algunos como estrategia electoral, y si esto contribuye, o más bien debilita, a los fines que persigue la ecología política.

Empecemos por desmentir la mayor. Una encuesta del CIS sobre la identidad política de los votantes, realizada poco antes de las últimas Elecciones Generales, revelaba que el 8,7% de las personas que votan a IU escogen para definirse como primera opción el término «ecologista». A estas podríamos sumarles el 18,3% que señalaba lo mismo como segunda opción. Si nos quedamos con el conjunto, se podría concluir que entre la base electoral de IU hay un 27% de votantes que se definen como ecologistas, lo que traducido a los resultados de las últimas elecciones generales supondría que estaríamos hablando de más de 450.000 personas, de entre las cuales casi 150.000 utilizarían esta identificación de forma preferente. No está mal, sobre todo si tenemos en cuenta que en la últimas Elecciones Generales Equo, que concurrió aliado con los nacionalistas del Bloc y sus socios de Compromís, consiguió recabar el apoyo de 125.000 electores, lo que incluso aceptando el supuesto de que todos ellos se identificaran en primer lugar como ecologistas (y no como nacionalistas, dado sus socios de coalición), nos llevaría a la conclusión de que entre aquellas personas que se definen como tales IU tendría más predicamento que los representantes en España del Partido Verde Europeo. De ahí, probablemente, el desabrido comentario de Marcellesi de que «IU ha jugado desde hace muchos años a fagocitar lo verde».

Lo que subyace en el fondo de esta expresión es que de alguna manera IU ha conseguido engañar a una parte importante de la base potencial de electores de Equo para hacerles creer que sostiene una orientación política de carácter ecologista, cuando no es así. Ni siquiera tendrían «ningún ecologista dentro del partido». Y esta es la razón por la que los candidatos verdes deben aprovechar el escaso espacio que consiguen en los medios de comunicación de masas para prevenir contra esta operación de maquillaje político.

Como hemos explicado al principio, no es nuestra intención polemizar contra estos argumentos, sino reflexionar sobre la esterilidad de una estrategia argumentativa que sólo conduce a incrementar el divorcio entre aquellas personas que promueven la ecología desde diferentes organizaciones políticas. Lo cierto es que dentro de IU se pueden encontrar tantos ecologistas como dentro de Equo, con la única diferencia de que Equo, y este es un punto importante que pueden aducir a favor suyo, se caracteriza fundamentalmente por eso, mientras que IU, por eso, y otras cosas más. Pero nadie, esa es la verdad, tiene en su poder la máquina de expedir carnés ecologistas, y hace muchos años que la sociedad, quizás con un sabio criterio, ha decidido otorgárselos a aquellos candidatos locales que se han destacado por luchas concretas a favor del medio ambiente. Y aquí podemos encontrar a muchos cargos electos de Equo, y también de IU, personas que en ambos casos, provienen de dilatadas trayectorias en el movimiento ecologista. Podríamos dar nombres, pero insistimos, sería estéril. Porque el primer paso para que el movimiento de la ecología política alcance su madurez es el reconocimiento. Debemos reconocer a la otra parte. Nuestra comunidad de valores es más grande que nuestras diferencias. No somos los portadores de la esencia del ecologismo. Afortunadamente, esta esencia se encuentra diseminada en multitud de organizaciones cada vez más comprometidas con los valores que defendemos, aunque cada una de ellas la exprese de acuerdo a sus propias prácticas y tradiciones políticas. Los ritmos y los debates, es cierto, no son los mismos para todos. IU tiene, como se complace en recordar Marcellesi, bastante camino que andar cuando los intereses de los trabajadores de determinados sectores, como los mineros de Aznalcóllar, se oponen a la lucha por la conservación del medio ambiente; pero el Grupo Verde Europeo también tiene su propias cuentas que saldar, como su postura a favor de la intervención militar en Libia, o el apoyo del Partido Verde alemán a la guerra de Afganistán. Y una guerra, ya se sabe, puede resultar más contaminante que una sierra minera. 

La sociedad atraviesa por unas circunstancias particularmente difíciles para la causa ecologista, ya que la crisis está auspiciando un discurso falaz que busca relegar las preocupaciones medioambientales a un segundo plano en beneficio de la recuperación de las políticas desarrollistas, supuestamente mejor dotadas para la creación de riqueza y cientos de miles de nuevos empleos que nunca llegan. Ante este nuevo envite, que toca la fibra de una necesidad y miseria social crecientes, las personas que defendemos los principios de la ecología política deberíamos esforzarnos por acortar distancias y ser capaces de construir relaciones fraternales entre nosotras. Lo importante aquí no es cuántos votos saca nuestro partido, sino qué influencia tienen nuestras ideas en la sociedad. Porque cuando nuestras ideas sean socialmente influyentes, vendrán los votos, y no al revés. Por eso, cuando IU intenta desprestigiar el valor real que representa un proyecto político como el de Equo, está tirando piedras contra su propio tejado ecologista. Que es lo mismo que sucede cuando Equo, en lugar de realizar una defensa afirmativa de sus propias propuestas, se entretiene en desacreditar el bagaje ecologista de IU. Este bagaje, posiblemente mejorable, pero cargado de importantes logros, es parte del acervo común del movimiento ecologista, y no es muy razonable esperar que las personas que forman parte de este movimiento vayan a aumentar su simpatía hacia Equo por estas críticas desmesuradas. El reto que tenemos pendiente, por tanto, es paradójicamente tan complejo como sencillo. Y es bajar los escudos, reconocer al otro, y aceptar que quizás nos hayamos equivocado buscando en el otro al enemigo interior, mientras que el verdadero enemigo, el capital y el desarrollismo salvaje, llamaba a las puertas de nuestra ciudad. Quizás, en lugar de pensar que somos ecologistas porque militamos en tal o cual organización, deberíamos empezar a pensar que militamos en tal o cual organización porque somos ecologistas. Lo que somos, es lo que no une. Por eso, inevitablemente, cada vez que saboteamos lo que no une, tiramos piedras contra lo que somos. La ecología política necesita que demos un pequeño paso, pero grande para el futuro. Podríamos resumirlo en dos palabras: «Nosotros/as, ecologistas». Lo demás, vendrá por sí solo.

David Hernández Castro
Ecosocialistas de la Región de Murcia
Izquierda Unida-Verdes de la Región de Murcia